domingo, 19 de mayo de 2013

33. El silencio y el olvido.


Arturo Torres Barranco
1 de septiembre de 1895 - 19 de mayo de 1975


 

Querido abuelo,
 
Nunca pude responder a tu última carta. No hubo tiempo porque te marchaste sin despedidas, y en silencio, así que lo hago ahora,  hoy, cuando se cumplen 38 años de ausencia y con el recuerdo imborrable en mis pupilas del último día que te vi. Dejabas Madrid camino de tu pueblo después de pasar unos días con tus hijos y tus nietos, y nos decías un hasta pronto con una sonrisa que cruzaba tu rostro como una media luna tumbada.
 
Callaste durante toda tu vida, tal vez porque no resultaba fácil integrarse en una sociedad rural como la de Torrubia después de haber sido señalado con el dedo acusador de los vencedores, esas “valerosas fuerzas que luchaban por España y limpiaban de marxistas los pueblos”.  En apariencia parecía que habías hecho borrón y cuenta nueva, pero sólo en apariencia. Muchas veces descubrí la tristeza en los pliegues de tu mirada.
 
Lo que viviste desde el momento de tu detención hasta que pudiste volver a tu casa, aún es un enigma para mí. Cuento con pocos datos concretos. Sé que estuviste en la Prisión del Seminario  y en la Provincial de Cuenca, que fuiste humillado y torturado  -me pregunto si ese bastón que con el que siempre te conocí tuvo que ver algo con ello-,  que llegaste a compartir hambre, piojos y miedo con otros presos de tu pueblo, Algunos de ellos nunca pudieron regresar y se quedaron abonando la tierra a los pies de un muro de la prisión del Seminario de Uclés.
 
Cada semana recibías la puntual visita de la abuela que te llevaba alimento y una muda limpia, todo ello mezclado con sus suspiros de resignación  de esposa y  madre de cuatro hijos pequeños a los que no sabía que podía darles de comer al día siguiente. Cuatro hijos a los que tenía que dejar al cuidado de quien fuera por ir a verte. Uno ellos era un niño de pecho de apenas seis meses.
 
Pero regresaste y pude conocerte. A pesar de seguir conviviendo con tus verdugos nunca perdiste la dignidad. Eras un hombre querido y respetado que siguió trabajando sus campos con ayuda de un jornalero para sacar adelante a la familia hasta que la enfermedad te obligó a jubilarte.

Llegó eso que llaman democracia. Seguro que te hubiera gustado vivir la noticia de la muerte del dictador que te sobrevivió seis meses ¡Lástima!. Ahora no hay democracia abuelo, no hay memoria, no hay nada. Ni los de tu propio partido, aquel por el que casi pierdes la vida, se acuerdan de ti. Te han puesto en una lista  con otros veintidós mil nombres, como si con ello saldaran tu lealtad, y en esa lista tan solo una línea con las palabras: Arturo Torres Barranco, de Torrubia del Campo, Cuenca, directivo de IR. Pero lo peor abuelo, es que cuando he intentado demandar información de tu época de militancia, no ha habido más que una tardía  y desafortunada respuesta manifestando que la prioridad del partido es la política y no la Memoria.
 
Regresaste y pude disfrutar de ti y contigo durante catorce años en los que fuiste mi faro, la luz que guiaba mi infancia y la que perfiló el inicio de la adolescencia. Ahora ese faro sigue candente abuelo, dispuesto a iluminar tu memoria por mí, por papá y sobre todo por Jimena, para que nunca olvide y jamás tenga que luchar contra una palabra: “impunidad”.
 
Demasiado tiempo de silencio impuesto y muchas cicatrices en la piel de la memoria.
 
No quiero ni debo olvidar. Mi dignidad y la tuya lo impiden.

 
Tu nieta.



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