Arturo Torres Barranco 1 de septiembre de 1895 - 19 de mayo de 1975 |
Querido abuelo,
Nunca pude responder a tu última carta. No hubo tiempo
porque te marchaste sin despedidas, y en silencio, así que lo hago ahora, hoy, cuando se cumplen 38 años de ausencia y
con el recuerdo imborrable en mis pupilas del último día que te vi. Dejabas Madrid
camino de tu pueblo después de pasar unos días con tus hijos y tus nietos, y
nos decías un hasta pronto con una sonrisa que cruzaba tu rostro como una media
luna tumbada.
Callaste durante toda tu vida, tal vez porque no
resultaba fácil integrarse en una sociedad rural como la de Torrubia después de
haber sido señalado con el dedo acusador de los vencedores, esas “valerosas
fuerzas que luchaban por España y limpiaban de marxistas los pueblos”. En apariencia parecía que habías hecho borrón
y cuenta nueva, pero sólo en apariencia. Muchas veces descubrí la tristeza en
los pliegues de tu mirada.
Lo que viviste desde el momento de tu detención hasta que
pudiste volver a tu casa, aún es un enigma para mí. Cuento con pocos datos
concretos. Sé que estuviste en la Prisión del Seminario y en la Provincial
de Cuenca, que fuiste humillado y torturado
-me pregunto si ese bastón que con el que siempre te conocí tuvo que
ver algo con ello-, que llegaste a
compartir hambre, piojos y miedo con otros presos de tu pueblo, Algunos de
ellos nunca pudieron regresar y se quedaron abonando la tierra a los pies de un
muro de la prisión del Seminario de Uclés.
Cada semana recibías la puntual visita de la abuela que te
llevaba alimento y una muda limpia, todo ello mezclado con sus suspiros de
resignación de esposa y madre de cuatro hijos pequeños a los que no
sabía que podía darles de comer al día siguiente. Cuatro hijos a los que tenía
que dejar al cuidado de quien fuera por ir a verte. Uno ellos era un niño de
pecho de apenas seis meses.
Pero regresaste y pude conocerte. A pesar de seguir
conviviendo con tus verdugos nunca perdiste la dignidad. Eras un hombre querido
y respetado que siguió trabajando sus campos con ayuda de un jornalero para
sacar adelante a la familia hasta que la enfermedad te obligó a jubilarte.
Llegó eso que llaman democracia. Seguro que te hubiera gustado vivir la noticia de la muerte del dictador que te sobrevivió seis meses ¡Lástima!. Ahora no hay democracia abuelo, no hay memoria, no hay nada. Ni los de tu propio partido, aquel por el que casi pierdes la vida, se acuerdan de ti. Te han puesto en una lista con otros veintidós mil nombres, como si con ello saldaran tu lealtad, y en esa lista tan solo una línea con las palabras: Arturo Torres Barranco, de Torrubia del Campo, Cuenca, directivo de IR. Pero lo peor abuelo, es que cuando he intentado demandar información de tu época de militancia, no ha habido más que una tardía y desafortunada respuesta manifestando que la prioridad del partido es la política y no la Memoria.
Llegó eso que llaman democracia. Seguro que te hubiera gustado vivir la noticia de la muerte del dictador que te sobrevivió seis meses ¡Lástima!. Ahora no hay democracia abuelo, no hay memoria, no hay nada. Ni los de tu propio partido, aquel por el que casi pierdes la vida, se acuerdan de ti. Te han puesto en una lista con otros veintidós mil nombres, como si con ello saldaran tu lealtad, y en esa lista tan solo una línea con las palabras: Arturo Torres Barranco, de Torrubia del Campo, Cuenca, directivo de IR. Pero lo peor abuelo, es que cuando he intentado demandar información de tu época de militancia, no ha habido más que una tardía y desafortunada respuesta manifestando que la prioridad del partido es la política y no la Memoria.
Regresaste y pude disfrutar de ti y contigo durante
catorce años en los que fuiste mi faro, la luz que guiaba mi infancia y la que
perfiló el inicio de la adolescencia. Ahora ese faro sigue candente abuelo,
dispuesto a iluminar tu memoria por mí, por papá y sobre todo por Jimena, para
que nunca olvide y jamás tenga que luchar contra una palabra: “impunidad”.
Demasiado tiempo de silencio impuesto y muchas cicatrices
en la piel de la memoria.
No quiero ni debo olvidar. Mi dignidad y la tuya lo
impiden.
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