jueves, 13 de junio de 2019

47. Arturo Torres Barranco, un publicano republicano




"Y la memoria,
irreparable, hunde su raíz en lo amargo."
José Ángel Valente. La memoria y los signos, 1966


El 25 de junio de 1936 mi abuelo Arturo Torres Barranco presentaba las cuentas como Recaudador de Impuestos Locales del municipio de Torrubia del Campo, plaza que ocupaba desde el año 1931. En un acta de la Corporación Municipal  de fecha 7 de junio de 1931, se hace constar su nombramiento.

En la antigüedad, los recaudadores de impuestos eran denominados publicanos.

Publicano deriva de la voz "público", (en latín, publicanus). En la antigua Roma, los publicanos eran los arrendadores o cobradores de los derechos públicos, quienes obtenían, mediante locatio (arrendamiento), alguna delegación jurisdiccional del estado para efectuar la recaudación de tributos del tipo vectigalia (ingresos regulares).

Con una pulcra caligrafía se indica en la primera hoja: "Cuenta que presenta el recaudador que suscribe D. Arturo Torres Barranco, al Ayuntamiento de esta Villa, de su gestión como Recaudador del Impuesto de Utilidades y Consumos, de los años mil novecientos veinte-veintiuno, al mil novecientos treinta y cinco, ambos inclusive, a fín de que preste su aprobación si la mereciere."

En la segunda página mi abuelo señala al detallar las cuentas, que lo retenido en su poder, del 3% como premio de cobranza, asciende a 6,40 pesetas.

La Comisión Gestora del Ayuntamiento, reunida el 30 de junio, manifestó su conformidad con las cantidades ingresadas y aprobaron las cuentas presentadas por unanimidad. Firmaron Julián Amores Gómez como alcalde y Santos del Val como secretario.

Faltaba poco más de dos semanas para el golpe de estado perpetrado por unos generales traidores, que cambiaría la vida de las personas que dejaron su huella en este documento.


María Torres
Nieta de un republicano español













miércoles, 11 de febrero de 2015

46. «¡Viva la República! ¡Viva el pueblo soberano!»



Republicana es la luna,
republicano es el sol,
republicano es el aire
republicano soy yo.
(Rafael Alberti)



Consultando la hemeroteca nacional en busca de información sobre mi abuelo, me he encontrado con la edición de El País de fecha 18 de febrero de 1897. En su segunda página figura la noticia que transcribo a continuación:

«Reunidos todos los republicanos de esta localidad, se celebra en verdadero meeting la conmemoración de la fecha gloriosa del advenimiento de la República española, tan grande al nacer como desgraciada en morir.

Leído el Manifiesto que nos dirigen los prohombres que han de representar el estado de la patria, dirigido a las capitales y pueblos de España, este Comité ha consultado a todos los ciudadanos, los cuales todos conformes y unánimes, declaran que se adhieren y aprestan, según lo exijan las circunstancias, a cumplir como buenos soldados republicanos las órdenes de la Junta Central de Unión Republicana de la capital de Madrid. Advirtiendo que ya es hora, después de veinticuatro años salgamos del letargo vergonzoso de un partido tan potente.

Terminado el meeting a las dos de la mañana de este día, en que se inicia la hora de la República, un grito potente de saludo y un fraternal abrazo, mandamos a todos los republicanos y sus jefes de toda España un ¡Viva la República! ¡Viva el pueblo soberano!

Levantada esta acta en Torrubia del Campo, a 11 de febrero de 1897.- El Presidente, Remigio Luna.- El Vicepresidente, Cecilio Torres.- El Tesorero, Candelas Serrano.- Vocales e individuos del Comité, Pedro Torres, Casimiro Silva, Pablo Escribano, Marcelino Fernández, Guillermo Barranco, Ángel Tornero, José María Martínez, Felipe Fernández, Marceliano Fernández, Celestino Fernández, Valentín Moreno, Francisco Fernández, Julián Torres.- El Secretario, Isidro Martínez.- El Vicesecretario, Jesús Fraile.»

24 años después de la proclamación de la Primera República, «tan grande al nacer como desgraciada en morir»,se dan cita los republicanos de un pequeño pueblo de Cuenca, para conmemorar la fecha del advenimiento de la misma.

118 años después de esa reunión, he sabido que uno de esos «buenos soldados republicanos» y vicepresidente del Comité Republicano era mi bisabuelo Cecilio Torres Gutiérrez. En 1897 tenía treinta y cuatro años, y su hijo Arturo, de tan solo dos, fundaría 37 años después  Izquierda Republicana en Torrubia del Campo, siendo por ello represaliado por el franquismo a la pena de doce años de prisión por un delito de auxilio a la rebelión.

Cuando supe que mi bisabuelo Cecilio era republicano, pensé en aquellas palabras del abuelo Arturo, cuando ya en libertad atenuada y ante el auditor de Guerra manifestó:  «Yo soy más republicano que nadie». Tal vez no supiera que su padre también lo era. De casta le viene al galgo ...

Mi bisabuelo Cecilio se afilió a Unión Republicana en 1903. Ese mismo año, según los datos del Anuario Riera, ejerció como secretario del Ayuntamiento de Torrubia  y posteriormente actuó como fiscal. Desconozco hasta cuando, pues en el municipio han desaparecido todos los archivos y en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca sorprendentemente no cuentan con documentación de la época.

Mi bisabuelo tenía diez años cuando se proclamó la Primera República. Su hijo, mi abuelo Arturo, alentó y vivió la Segunda República. ¿Y yo? ¿Viviré para ver la Tercera? Si así fuera mi primer recuerdo siempre será para ellos y para tantos hombre y mujeres anónimos que lucharon, luchan y seguirán luchando por un gobierno del pueblo y para el pueblo, por la justicia, la igualdad, la libertad y la fraternidad.

Por ellos y para ellos, hoy día de conmemoración de la proclamación de la Primera República Española, hago mías las palabras que pronunció mi bisabuelo la noche del 11 de febrero de 1897: Mi fraternal abrazo a todos los republicanos y mi grito potente, ¡Viva la República! ¡ Viva el pueblo soberano!


María Torres
Nieta de un republicano español
(Ahora biznieta también)





viernes, 6 de febrero de 2015

45. Los republicanos de Torrubia del Campo.

Proclamación de la Primera República en el Congreso (La Ilustración 1873)



A pesar de la poca información que he podido encontrar, creo que el movimiento republicano en Torrubia fue muy activo.

En el diario de sesiones del 15 de enero de 1870 de las Cortes Constituyentes, Don Eugenio García Ruiz, diputado en el Sexenio democrático y partidario del republicanismo unitario, intentó presentar una exposición firmada por los republicanos de Torrubia del Campo, pidiendo que en atención a no encontrarse monarca, se estableciera la república democrática:

«- ¿La unitaria? - le preguntó el ministro de gobernación-.

La misma que votamos su señoría y yo el 30 de noviembre de 1851 - respondió el señor García Ruiz-.

Votamos contra aquella dinastía. No votamos república y si no, que diga su señoría que república votamos.

La república democrática.- concluyó el Sr. García Ruiz-.»

En El combate de 20 de mayo de 1872, periódico de ideología republicana y efímera existencia, se puede leer la siguiente carta al Director:

«Ciudadano director de El Combate:

Agradeceremos en el alma y le suplicamos que inserte en el valiente periódico que tan dignamente dirige la siguiente protesta: Los que suscriben, republicanos federales, dispuestos a verter su sangre en aras de la gloriosa bandera federal, protestamos enérgicamente con toda la fuerza de nuestro corazón, contra la conducta que hasta aquí viene observando el Directorio. No seríamos dignos de llamarnos republicanos si no protestáramos con la misa franqueza que defendemos nuestra santa causa contra u Directorio que en estas circunstancias, que pueden salvar la República, se les ve tolerar que nos lleven al absolutismo ¡desgraciados, dementes!

No os extrañéis que, al sentir latir nuestros corazones, protestemos de esta manera, porque en estas circunstancias, no creemos que deben ser respetados los que son un obstáculo para la revolución.

Le desean, ciudadano director, salud y República federal.

18 de mayo de 1972

Remigio Luna.- Restituto Luna.- Antonio Salazar.- José Rosales.- Juan Luna.-Benito Fernández.-Antonio Pérez.- Eusebio Orozco.- Siguen más firmas.-»

Nueve meses después de esta carta a El Combate, llegó la Primera República española. Fué el 11 de febrero de 1873, tras la abdicación de Amadeo I de Saboya, quien devolvía la soberanía nacional a los representantes del pueblo, que se la habían ofrecido en votación dos años antes. Ese mismo día, el Congreso y el Senado, constituidos en Asamblea Nacional, proclamaron la República por 258 votos a favor y 32 en contra.

Según palabras de Emilio Castelar: «con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de Don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por si misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae la conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia, Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria.»

El primer intento republicano de la historia de España se caracterizó por la inestabilidad política y expiró el 29 de diciembre de 1874, con la denominada Restauración borbónica que alzó al poder a  Alfonso XII.

Pero sigamos con los republicanos de Torrubia,  que no se resignaban y proclamaban que «allí donde estén la fe, el entusismo y la perseverancia para traer la República, estarán ellos también».

El País de fecha 18 de febrero de 1897, en su segunda página figura la noticia que transcribo a continuación:

«Reunidos todos los republicanos de esta localidad, se celebra en verdadero meeting la conmemoración de la fecha gloriosa del advenimiento de la República española, tan grande al nacer como desgraciada en morir.

Leído el Manifiesto que nos dirigen los prohombres que han de representar el estado de la patria, dirigido a las capitales y pueblos de España, este Comité ha consultado a todos los ciudadanos, los cuales todos conformes y unánimes, declaran que se adhieren y aprestan, según lo exijan las circunstancias, a cumplir como buenos soldados republicanos las órdenes de la Junta Central de Unión Republicana de la capital de Madrid. Advirtiendo que ya es hora, después de veinticuatro años salgamos del letargo vergonzoso de un partido tan potente.

Terminado el meeting a las dos de la mañana de este día, en que se inicia la hora de la República, un grito potente de saludo y un fraternal abrazo, mandamos a todos los republicanos y sus jefes de toda España un ¡Viva la República! ¡Viva el pueblo soberano!

Levantada esta acta en Torrubia del Campo, a 11 de febrero de 1897.- El Presidente, Remigio Luna.- El Vicepresidente, Cecilio Torres.- El Tesorero, Candelas Serrano.- Vocales e individuos del Comité, Pedro Torres, Casimiro Silva, Pablo Escribano, Marcelino Fernández, Guillermo Barranco, Ángel Tornero, José María Martínez, Felipe Fernández, Marceliano Fernández, Celestino Fernández, Valentín Moreno, Francisco Fernández, Julián Torres.- El Secretario, Isidro Martínez.- El Vicesecretario, Jesús Fraile.»

118 años después de esa reunión, he sabido que uno de esos «buenos soldados republicanos» y vicepresidente del Comité Republicano era mi bisabuelo Cecilio Torres Gutiérrez. 

En El Liberal de fecha 27 de marzo de 1897, página 3, encontré el siguiente texto:

«Los republicanos de Torrubia del Campo. El presidente del Comité Republicano de Torrubia del Campo, D. Remigio Luna, nos manifiesta que en nombre y representación de sus correligionarios, ha contestado a la circular que le ha dirigido el Consejo interino del partido republicano nacional en los términos siguientes:

Primero. Que debe disolverse el partido republicano nacional y contribuir con sus fuerzas a los propósitos del partido republicano de mayor influencia en la opinión.

Segundo. Que, a juicio de sus correligionarios, los partidos republicanos progresista y federal unidos constituyen la esperanza de los republicanos de Torrubia; y

Tercero.  Que allí donde estén la fé, el entusiasmo y la perseverancia para para traer la República, estarán los republicanos del mencionado Comité».

En 1893 los republicanos progresistas, federalistas y centristas formaron la coalición electoral Unión Republicana. En 1903 Nicolás Salmerón y Alejandro Lerroux trataron de unificar todas las tendencias republicanas en un solo partido, la Unión Republicana (UR). En su programa contemplaban la restauración de la Constitución de 1869, la proclamación de la República y la convocatoria de Cortes Constituyentes. En las elecciones de 1903 obtuvieron un total de 30 escaños de los 403.

Habría que esperar aún hasta 1931 para ver la proclamación de la II República. Muchos de ellos, no pudieron disfrutarla.


María Torres
Nieta de un republicano español
(Ahora biznieta también)



lunes, 24 de noviembre de 2014

24 de noviembre de 1941

Arturo Torres, mi abuelo, en compañía de su amigo Julián Jiménez Sanz, compañero de cárcel y vida


Traspasó el portón del Seminario Mayor de Cuenca arrastrando los pies, intentando mantenerse erguido para que su columna fuera capaz de sujetar su cuerpo. Había perdido tanto peso que a duras penas lo conseguía durante algunos minutos seguidos, pasados los cuales su osamenta, que era incapaz de obedecer las órdenes de su cerebro, se doblaba por la zona lumbar tras un chasquido de dolor.

Hacía un frío intenso, seco, que le golpeaba el rostro y le sacudía los doloridos huesos. Intentaba sostener el atillo que colgaba de su mano derecha que aunque no pesaba mucho, era una carga más. Su escueto contenido lo componía una muda, útiles del afeitado y unos cuantos documentos entre los que se encontraba el más valioso, un informe de la Comisión Provincial de Clasificación y Excarcelamiento de detenidos presos en Cuenca que un día antes había decidido decretar que era beneficiario de la prisión atenuada, “por hacer más de seis meses que le fue ratificada la prisión sin que haya sido elevada su causa a plenario ni declarada su peligrosidad por la autoridad competente, en cumplimiento de los artículos 6, 11 y 12 del Decreto de 2 de septiembre último"

Lo único que entendía de ese documento es que podía volver a casa con Juana y los chicos, a los que a excepción de Arturo no había vuelto a ver. También sabía que seguía siendo un preso y que su libertad estaba condicionada al comportamiento que tuviera fuera de la cárcel, por lo que tendría que vivir bajo la amenaza del retorno. Bajar la cabeza, aún más, no estaba entre sus deseos. El no tenía de que redimirse, no se arrepentía de nada porque no había cometido ningún delito.

Se encontraba cansado, muy cansado. Tenía 47 años pero parecía un anciano. Dos años, dos meses, y veinte días había permanecido privado de libertad,  conviviendo con el hambre, el hacinamiento, la falta de higiene, los malos tratos y la arbitrariedad de los mandos de la prisión.

Se detuvo un momento y cerró con fuerza los ojos. Los recuerdos se agolpaban en su cabeza.

-¡Rediós, cuantas muertes!¡Cuanto dolor innecesario!- murmuró entre dientes, temeroso de ser escuchado por alguien.

Desde que fué detenido no había dejado de padecer y de soportar el sufrimiento que le rodeaba. Primero en la provincial, ese espacio inquisitorial repleto de celdas frías con ventanas sin cristales hacía las que disparaban los centinelas. Allí se acostumbró a dormir en el suelo, baldosa y media para cada preso y su petate.

Cuando en la provincial ya no había sitio ni para un alfiler le trasladaron a la habilitada del Seminario en la plaza de la Merced. Aún tenía presente en su memoria el día que bajó la calle de San Pedro con un centenar de compañeros. Allí había más espacio al principio y también más hambre. El rancho diario lo componía una docena de garbanzos o veinte granos de arroz que flotaban en un caldo marronáceo y turbio.

¡Ay, Seminario de Cuenca,
quién lo ha visto y quién lo ve,
que ayer para curas era,
y hoy para dolores es!
(Peraile, 1991)

Dolores. Terribles dolores es lo que sintió las tres veces que regresó de "diligencias". En esas visitas las declaraciones de los acusados en vez de con papel y lápiz se tomaban con verga de toro retorcida. Era entonces cuando los compañeros le curaban con sal y vinagre las heridas, al igual que él había hecho otras veces con ellos.

Sabía lo que eran aquellas noches interminables traspasadas de dolor e insomnio. Noches enteras deseando que amaneciera.

Esa había sido su vida durante dos años, dos meses y veinte días.

Regresaba a casa el vencido, para algunos escarmentado y con la lección aprendida, para él, repleto de dignidad, la misma que le acompañó, junto al silencio, durante toda su vida.


María Torres
Nieta de un republicano español





lunes, 1 de septiembre de 2014

43. Siempre es 1 de septiembre ...





Tomaba el pepino en una mano y con la otra sacaba una navaja del bolsillo de su desgastado pantalón. Primero cortaba los dos extremos y después procedía a pelarlo pausadamente. Yo observaba sus manos ya torpes cubiertas de un manto de surcos, ajadas por el duro trabajo de campesino más que por la edad. Y ese simple acto trasmitía una magia que atrapaba sin remedio la atención. Después lo partía en dos mitades casi iguales, me entregaba una de ellas y antes de que llegara a sujetarla con mis manos, ya tenía en las suyas la sal para aderezar la deliciosa vianda que estábamos a punto de degustar.

Entonces salíamos de casa, cada uno portando su medio pepino, caminábamos cuatro pasos y nos adentrábamos en el bar "Soplen y marchen", más conocido como el "del Barbero", apodo con el que era conocido el propietario por dedicarse además a cortar pelos y afeitar barbas. Se llamaba Rafael y su hermano Teodoro había estado preso al finalizar la Guerra. Creo que coincidió con el Abuelo en la Prisión Habilitada del Seminario de Cuenca. Después de crucar unas palabras, mi Abuelo pedía un botellín de cerveza para él y una Mirinda para mí, tomábamos asiento alrededor de una pequeña mesa de formica gris con patas metálicas oxidadas y disfrutábamos de un rato de conversación. Casi siempre éramos nosotros los únicos clientes que había a esa hora previa al almuerzo. Hablábamos de lo cotidiano, de los animales que criaba, de alguna historia pasada por la que mi curiosidad de niña me obligaba a preguntarle; otras tocaba criticar a la abuela, sobre todo los días de trifulca. Ahora pienso que no era nada fácil enfadarse con el Abuelo, tenía una gran capacidad para escuchar, atender y entender razones, lo contrario de la abuela.

Un día de agosto, nada más sentarnos y apoyar sobre la mesa su botellín y mi Mirinda, adoptó una voz lenta y grave y me dijo:

- Hermosa, cuando cumpla ochenta años nos juntaremos todos y voy a comprar una tarta tan grande como la rueda de un carro.

- ¿Hay tartas tan grandes abuelo? -le pregunté-.

- Sí, y más grandes aún. -resaltó con una mirada pícara de la que parecían salir chispitas-.

Corría el verano de 1974 y el abuelo Arturo sabía que su existencia, como la de todos, era finita. Le faltaban unos días para cumplir 79 años y con esa edad no se trazan planes ni a corto plazo. Pero lo suyo no era un plan, era un deseo. Reunirse con todos sus hijos y nietos para celebrar su ochenta aniversario "a lo grande" -como decía- a la vez que sacudía la cabeza y sus labios se abrían esbozando una sonrisa cómplice que cerraba con un "mecachís que si".

Cómo me hubiera gustado en ese momento que ignoraba gran parte de su existencia, al igual que ahora que he podido desvelar una parte de ella, recorrer las galerías del alma del Abuelo. Saber que sentía y pensaba un hombre al que la vida nunca se lo había puesto fácil, ni tan siquiera en sus últimos años. Un hombre que perdió la libertad en septiembre de 1939 y que desde aquellos trágicos años nunca pudo volver a sentirse libre. A menudo observaba sus ojos nublados y pensaba que recogía todas las lluvias en su mirada.

El abuelo nació el 1 de septiembre de 1895. Cuarenta y cuatro años después, el 1 de septiembre de 1939, era detenido por miembros de la Guardia Civil y un grupo de falangistas locales con deseo de sangre, y encarcelado por un delito de auxilio a la Rebelión.

Nunca llegó a cumplir ochenta años. Un derrame cerebral acabó con su vida el 19 de mayo de 1975. No hubo fiesta, ni tarta. Tan solo un manto de infinita tristeza que nos cubrió a todos. Y fué enterrado "como dios manda" y sobre su féretro una primera losa cubrió su tumba con la leyenda "Arturo Torres Barranco. Tu esposa e hijos no te olvidan". Pero había una segunda losa sobre la primera, una losa aún más pesada, imperceptible para todos y que el abuelo llevó sobre sus hombros durante muchos años, y que no era otra que una condena emitida por un tribunal militar franquista que a fecha de hoy no ha sido anulada.

Desde entonces, cada 1 de septiembre pienso en él y en la tarta tan grande como la rueda de un carro que nunca pudo disfrutar.

Decía García Marquez que "lo malo de la muerte es que es para siempre" y es una verdad absoluta.

Yo digo que el recuerdo también es para siempre, y es otra verdad absoluta.


María Torres
Nieta de un republicano español